La permanencia de los árabes en España, iniciada con la invasión en el 711 y terminada en 1492 con la caída de Granada, dió lugar a que en esos siglos en que se alternaban las guerras y los períodos de paz pasaran multitud de vocablos árabes -arabismos- a las lenguas neolatinas que se formaban en la Península, sobre todo por la superioridad de la civilización y la cultura árabe en comparación con la de los cristianos españoles.
El castellano recogió más de 4 000 palabras árabes, unas de carácter bélico, como:
adalid, atalaya, alfanje, alcázar, alférez
otras, voces referentes a la agricultura:
alberca, acequia, aljibe, noria, alcachofa, acelga, berenjena, arroz, zanahoria, aceituna, azafrán, azúcar, algodón, tahona, azahar, azucena
palabras sobre la industria y el comercio:
alfarero, taza, jarra, alfiler, marfil, almacén, almoneda, tarifa, aduana
voces de vivienda o de vestidos:
arrabal, barrio, aldea, zaguán, alcoba, azotea, almohada, alfombra
palabras de origen jurídico:
alcalde, albacea
voces científicas:
cifra, álgebra, química, alambique, elixir, jarabe
nombres de lugares o toponímos:
Alcalá (castillo), Guadiana (río Agna), Guadalquivir (río grande), Medina (ciudad), Guadalajara (río de piedras)
La influencia del árabe se advierte también en numerosos rasgos fonéticos del español. Uno de los más característicos es el sonido de la j, que no aparece en otros idiomas neolatinos o romances.
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